En la Edad Media una leyenda circulaba y alimentaba las fantasías y deseos de los hombres. Azotados por el hambre y la miseria la existencia de un país maravilloso, verdadero paraíso terrenal, recuperaba viejos relatos de la Antigüedad y del propio Génesis, y los superaba exageradamente: En el país de Cucaña los alimentos surgían espontáneamente y nunca se acababan.
Brotaban de las extensas praderas, de las más altas montañas, formaban parte de ríos, lagos y mares. Pero no solo de la naturaleza emanaban los manjares más exquisitos: los castillos y palacios eran tortas cubiertas de las más sabrosas cremas, rellenas con las frutas más exóticas.
¡Y los animales! Ellos paseaban cocinados, listos para ser devorados con un cuchillo clavado en su lomo ¡nada de ocasionar inconvenientes al que quería sacarles un buen trozo!
El trabajo era mala palabra en el país de Cucaña y a aquel que quisiera hacerle honor, lo esperaba una prisión; por cierto, siempre vacía.
Verdadera rebelión contra la frugalidad exigida por la Iglesia Católica, en los relatos se alentaba la gula junto con el descanso, se hacía honor a la pereza y se exaltaba el deleite sexual. ¡Paraísos donde reinaba la total satisfacción de las necesidades del cuerpo!
Cuando Occidente llega América, el antiguo relato cobra vida, pero el edén será el país de Jauja. El nombre, real, se toma de una localidad andina en el actual Perú, la cual existía mucho antes de la llegada de los españoles.
Ilustrado por Kasparavicius, esta versión del país de Jauja resulta atractiva para grandes y chicos |
El placer del gusto y la gula ocuparon un lugar preponderante en fábulas y leyendas imaginadas por el hombre.